Viajar también puede ser una oportunidad para conocer la vida cotidiana de las comunidades que habitan un destino. El turismo comunitario es una alternativa en donde los visitantes se involucran en actividades locales, aprenden de las tradiciones y la cultura de manera directa. No es solo recorrer lugares, sino compartir con quienes los hacen especiales.
En lugar de enfocarse en el confort y en planes turísticos muy estandarizados, como suele pasar en el turismo tradicional, aquí la experiencia gira en torno a las personas, el cuidado del entorno y la posibilidad de que tanto viajeros como comunidades se beneficien de ese encuentro.
¿Cómo funciona el turismo comunitario y qué lo hace especial?
En el turismo comunitario los habitantes de un lugar abren las puertas de su vida diaria para recibir a los visitantes. Son ellos mismos quienes organizan las actividades, comparten la historia del lugar, muestran sus oficios y enseñan cómo cuidan sus tradiciones. De esta manera, el viajero tiene un contacto más directo y se aleja de los planes impersonales.
Un viaje para aprender y no solo para mirar
Para las comunidades, los ingresos generados se quedan en el territorio y apoyan a las familias que participan, ya sea ofreciendo alojamiento rural, guiando recorridos, compartiendo oficios o vendiendo productos locales.
En Santander, por ejemplo, las familias campesinas que abren sus fincas cafeteras a los viajeros logran mostrar su trabajo de cultivo y producción, al mismo tiempo que generan ingresos directos para sostener su economía.
Además, esto contribuye a preservar las tradiciones y a valorar el entorno natural, pues son los propios habitantes quienes cuidan que la experiencia no pierda su esencia.
¿Sabías que en Bucaramanga y Santander puedes hacer turismo comunitario?
En Bucaramanga, la organización Explora BGA ha creado recorridos en la Comuna 14 de Morrorico, donde los propios habitantes son los guías. Durante el recorrido se visitan murales pintados por artistas locales, miradores naturales con vistas a la ciudad y espacios comunitarios cargados de historias.

Imagen de COMUEXPLORA vía explorabga.com
Lo interesante es que no se trata de una visita guiada tradicional: son los vecinos quienes cuentan cómo surgieron los proyectos artísticos, qué significan los murales y cómo el barrio ha cambiado gracias al trabajo colectivo. Además, los visitantes pueden probar productos locales y conocer emprendimientos de la zona.
De esta manera, el impacto económico y social se queda directamente en la comunidad, fortaleciendo la identidad del lugar y generando orgullo entre sus habitantes.
En La Mesa de los Santos, aunque muchos la visitan por las actividades de parapente o el senderismo, también se encuentran experiencias de turismo comunitario.
En la zona, los visitantes pueden recorrer fincas cafeteras donde se enseña el proceso de cultivo, recolección y producción del café, además de degustar su preparación orgánica. También es común encontrar mercados campesinos en los que se ofrecen alimentos, artesanías y productos locales directamente de manos de los productores.
Viajar también es compartir
El turismo comunitario nos recuerda que los viajes no se miden solo en kilómetros recorridos, sino en los momentos que se comparten. Escuchar a un productor hablar de su café, caminar entre murales guiado por quienes los pintaron o probar un plato preparado en casa deja una huella distinta a la de cualquier itinerario turístico común.
Quienes viajan se llevan aprendizajes y recuerdos vivos; quienes reciben encuentran un motivo para valorar lo propio y seguir transmitiéndolo.